viernes, 20 de marzo de 2009

Carta a un hijo II


Al volver el doctor a mi lado, solo me dijo.


- Tranquila, con un par de operaciones arreglaremos sus pies.


Vaya, jamás imaginé que esa iba a ser la primera frase que me dijeran cuando nacieras. ¿Donde quedó eso de "enhorabuena, eres madre de un niño precioso"? Pero tranquilo, mi niño, el dolor era tan profundo, que no sentí nada. Ni una sola lágrima, nada. Imagino que era algo así como cuando tienes un accidente y pierdes una pierna, dicen que no se siente dolor, sin embargo tu pierna ya no está en tu cuerpo. Así perdí mi corazón, en un accidente del destino.


Naciste el día de la madre. Que contrasentido, yo era madre, me habían colocado ese título honorario. te había fabricado con algún que otro defecto, pero claro, te había parido y eso me daba el derecho del título. Que ibas a saber tu de todo eso. Solo apareciste en este mundo cuando llegó la hora, no pediste nada, ahora yo tenía que arreglarte.


¿Pero como?.


Nadie sabía que tenías, ni porque, ni que había ocurrido. Solo alguno se aventuró a decir que eras “un cúmulo de mala suerte”. Con el paso del tiempo me doy cuenta que aquello no debí consentirlo, pero entonces no tenía fuerzas para discutir, ni pedir explicaciones a ese diagnostico. Morí en el mismo instante que tú naciste. Solo quería salir de allí, irme a mi casa, como si allí por un milagro todo fuera diferente. Tenía que salir al mundo, enseñarte, mostrarme como la madre que te había parido, yo tenía 25 años y sentía tanta vergüenza de mi absoluta incapacidad para engendrar un hijo “normal”. Nadie me advirtió que mi vida iba a dar un giro tan inesperado.

Eso sí, mi adorado, tu me enseñaste que la normalidad no existe, que es un invento, que nadie es normal. Pero en aquel entonces yo si creía en la normalidad, en el hijo que te llenaba de alegría la vida nada más nacer, en las lágrimas de gozo al ver a tu hijo por primera vez, en la felicidad de ser madre, en todas esas cosas que nos cuentan y nos machacan cada día a nuestro alrededor. Nadie nos enseña el dolor de ser madre....

jueves, 12 de marzo de 2009

Carta a un hijo I


Que te voy a contar que tú no sepas, apareciste en mi vida cuando empezaba a vivir. La juventud es lo que tiene, no se entretiene en pensar que quizás, a lo mejor, la vida no es tan generosa. Así que, en un descuido, me enseñaste tu mirada impasible, tus pies deformes, tu llorar en silencio.

Al mirarme la primera vez se me heló la sangre, dejé de existir, me convertí en carne, me arrancaste el alma sin compasión. Mi condición de humano desapareció, se transformó en máquina. En una fracción de segundo, mi cuerpo se cubrió de escamas, el respirar se hizo voluntario, ahora ya no puedo dejar de respirar. Dejé de sonreír, se me secaron las lágrimas, nada de abrazos, besos, caricias. Puto mundo, olvidaros de mí.

Te colocaron en mi regazo, pero no sentí nada. Tienes que entenderlo, ya no era humana, tu no tienes la culpa, lo sé, si alguien era culpable era yo, quizás por eso no pude abrazarte. Solo sentí el peso de tu cuerpo, inmóvil, deforme, silencioso. Deseaba que te apartaran de mi, que te alejaran. Yo temblaba, fue dura la espera. Durante meses me contaron que en el momento que te sintiera cerca de mi pecho, la dureza del parto se disiparía. Pero no fue así, nada fue como me dijeron. Tenía que construir mi propia historia a partir de un castillo de naipes arrojado por el viento al precipicio más profundo.