jueves, 12 de marzo de 2009

Carta a un hijo I


Que te voy a contar que tú no sepas, apareciste en mi vida cuando empezaba a vivir. La juventud es lo que tiene, no se entretiene en pensar que quizás, a lo mejor, la vida no es tan generosa. Así que, en un descuido, me enseñaste tu mirada impasible, tus pies deformes, tu llorar en silencio.

Al mirarme la primera vez se me heló la sangre, dejé de existir, me convertí en carne, me arrancaste el alma sin compasión. Mi condición de humano desapareció, se transformó en máquina. En una fracción de segundo, mi cuerpo se cubrió de escamas, el respirar se hizo voluntario, ahora ya no puedo dejar de respirar. Dejé de sonreír, se me secaron las lágrimas, nada de abrazos, besos, caricias. Puto mundo, olvidaros de mí.

Te colocaron en mi regazo, pero no sentí nada. Tienes que entenderlo, ya no era humana, tu no tienes la culpa, lo sé, si alguien era culpable era yo, quizás por eso no pude abrazarte. Solo sentí el peso de tu cuerpo, inmóvil, deforme, silencioso. Deseaba que te apartaran de mi, que te alejaran. Yo temblaba, fue dura la espera. Durante meses me contaron que en el momento que te sintiera cerca de mi pecho, la dureza del parto se disiparía. Pero no fue así, nada fue como me dijeron. Tenía que construir mi propia historia a partir de un castillo de naipes arrojado por el viento al precipicio más profundo.

No hay comentarios: